lunes

Catorce, quince, dieciséis. No es difícil, vieron?

Un amigo al que no había visto en algunos años me preguntó, cuando nos encontramos la semana pasada, qué hago para vivir. Yo hago lo de siempre: lo que haya para hacer. En ese momento había correcciones de estilo.

“Entonces, ¿haces consultorías?” me preguntó.

No. Yo no hago consultorías, hago correcciones de estilo. Una corrección de estilo no se trata de otra cosa que hallar los errores en un texto y darles alguna solución. Nada del otro mundo.

Caramba, ni siquiera sé qué carajo es una consultoría, pero me lo han querido explicar algunas veces y sólo me he quedado con la impresión de que sólo es otro eufemismo para "doy la impresión de que lo que hago es complicado para que mi cheque tenga un par de ceros más.” Al fin y al cabo, una de las leyes de la Convivencia Pacífica en la tierra de los quiteños es: “Lo simple no funciona.” A los que reconocen que su labor no tiene mayor misterio no les va tan bien en la vida como a los que hacen pases mágicos y hablan en coba.

Y

¡oh!

cómo odio yo a los pitufos.

He visto un centenar de veces cómo la gente deja que su ignorancia llene los vacíos con información errónea: funciona más o menos igual que el proceso de pensamiento colectivo al interior de una turbamulta armaba con antorchas y azadones, con la diferencia de que va más despacio (por ser singular y no entre varias personas a un tiempo) y no se alimenta de la ira sino de la vergüenza. Ejemplo, dos puntos:

Alguien pinta un precioso árbol tal y como le sale del shungo y lo cuelga en alguna parte de su casa. Si se da la serie adecuada de circunstancias (y se da, believe you me), alguien reconoce la belleza presente en esa pintura y la interpreta como genialidad. Correcto e incorrecto a un tiempo: post hoc, ergo propter hoc (usa la sintaxis, Luke). Luego muchas otras personas escuchan sobre este cuadro y llegan a verlo, porque ya está de moda, y no ven nada en él que les llame la atención, pero morirían antes de decirlo en voz alta: es más seguro hacerse eco de quienes suenan más seguros, porque esos parecen saber del tema. Total que el traje nuevo del emperador sólo puede ser visto por gente inteligente: si confieso que no veo más que un emperador desnudo ¿en qué me convierto? Linda fábula para Descartes ¿no?

Sigamos: dentro de poco habrá críticos pagados (eufemismo para cierto tipo de parásitos que se alimentan de la estupidez que hallan en su medio) escribiendo sobre el cuadro que hablarán de “una íntima comprensión de la estética urbana, manifiesta en la elección del juego cromático arriesgado y la yuxtaposición semántica que es otro guiño al espectador” o chorradas de ese estilo. Justo lo que la ecuación de la ignorancia necesitaba: metalenguaje (eufemismo para las perrogulladas que suenan a misterio). A todo esto ¿qué pintó el artista?

Un puto árbol.

¿Ha leído usté críticas que hablan de una obra que nos llega, que nos habla íntimamente, que nos susurra al oído, que hace guiños a distintas cosas, que nos transportan a algún sitio donde pasan ciertas cosas, que nos hablan del (o al) subconsciente, etc? El crítico está describiendo lo que le vino a la cabeza al ver la obra y asumiendo, con toda razón, que nadie en el rebaño osará cuestionar.

Voy a resumir mi posición en este asunto parafraseando algo que leí una vez en una agenda barata:

He visto muy a menudo cómo a los hombres se les llama genios, del mismo modo que a ciertos insectos se les llama milpiés; no porque tengan ese número de patas, sino porque la mayoría de la gente no sabe contar hasta catorce.

La frase es de Georg Christoph Lichtenberg, dice Google.

Y no puedo ni siquiera empezar a decir cuánto me fastidia tanta estupidez y cómo me jode tanta bullshit, así que mejor me voy de una a la conclusión de este post.

Gentes quiteñas: déjense de joder y empiecen a pensar de una puta vez porque, lo que es yo, no les voy a dar el gusto de jugar al traje nuevo del emperador. No me verán por ahí usando huipalas, amarrada un pañuelo palestino a la manera del rebaño, luciendo lindos polisílabos rimbombantes flacsianos o llamándome alguna cosa que no sea. Esse Quam Videri, carajo!!!

Bastantes veces nos ha llevado esta manera estúpida de ver el mundo a nombrar ministro de cultura al que ha sacado libros o que se ve más inteligente con sus lentes (resultado: otro desastre más) o a pensar que el dueño de una librería es una persona de libros (resultado: la vergüenza que le pasó a Libri Mundi. Si los que compraron la librería son gente de libros, deben ser libros de seis palabras) o a poner de profesor de semiótica a un tipo que es una lumbrera, pero que no sabe explicar ni el camino al baño.

Empecemos a ver un poquito más allá, a tratar de ver un poco más del paisaje, a no dejarle tantos espacios vacíos a la ignorancia, a contar más allá de catorce...

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