Domingo 22 de marzo, de noche.
Martín:
La semana pasada encontré un libro que te faltó leer. Me dio mucha pena, porque seguro que te gustaba. Ojalá te lo pudiera mandar a algún lado ¿dónde estás ahora? Yo le pregunto a todo el mundo dónde piensan que podrás andar a estas alturas, pero todos se quedan callados. Je, je. Me siento como canción de Willie Colón:
El otro día
Fui por tu casa
Pero no te vi.
Por todo el barrio
Hasta en la plaza
Nadie me pudo decir
De cómo estabas
O dónde andabas.
Cómo pregunté por ti…
Siempre pregunté por ti.
Hoy comimos unas habas con queso y un pastel de jengibre en tu casa y me regresé, para variar, pensando en vos. Linda la carta que dejaste, no sé quiénes la leerían nomás, pero creo que a todos (y cuando digo todos hablo por todos los que te quisieron y ahora te echan en falta) nos hizo sentir un poco mejor. Hasta hoy he escuchado una docena de interpretaciones de lo que dejaste en esas cuatro páginas, y de pronto se me ha ocurrido que yo también puedo decir algo, aunque me di cuenta al leerla de que mi nombre jamás se te cruzó por la cabeza (qué alivio, no?). Entonces hoy me puse a escribirte una carta de respuesta, de mí para vos, que no sé dónde mandar así que la colgaré en al blog, al fin que ahí pongo todos mis desahogos.
Ahora bien, en una carta que responda a la tuya, ¿qué te puedo decir? Me imagino que empezaré por contarte cómo me siento en general. Aivá.
Lo primero que te puedo decir es que a veces me siento bastante calmada y esos momentos son como la luz del sol llegando hasta el fondo de un pozo (como lo relata un personaje de Murakami en otro libro que, se me ocurre, tampoco leíste). En la paz de ese par de segundos me siento viva otra vez y cuando la luz se va quisiera que me lleve consigo. Creo que, si yo pudiera elegir, me gustaría morir en una calma así.
Cuando este ánimo llega, es más fácil decir: “Quizá las cosas pasaron así porque así tenían que pasar”. Me acuerdo de El Forastero Misterioso. ¿Quién sabe si este fue el mejor camino que todos pudimos tomar? O quizás la felicidad sacrificada por todos nosotros es en verdad necesitada por nuestros equivalentes en otros universos. Pienso, se abren los círculos de la cosecha, en toda esa gente que se parece a nosotros pero lleva otros colores en el corazón y en los ojos. Pienso en que hay un Martín caminando esta noche por el borde de el Ejido, que otro está dando brincos en cualquier día de hace ocho años Pienso en la Claudia que en algún dónde y algún otro cuándo no está rota por la pena. Pienso en un mundo hecho sólo con helado, maldita sea, que tu familia tiene toda la felicidad que se merece, que es posible que en algún lugar encuentres el Libro Definitivo que te convenza de que no sabes nada y tienes que quedarte más para seguir aprendiendo. Esas son cosas en las que quiero creer, y cuando pienso en ellas se me ocurre que quizá lo sucedido casi vale la pena.
Este satori se acaba pronto, y entonces ¿Sabes qué te puedo decir? Que yo sí que soy una persona tremendamente egoísta y si me da la gana te voy a llorar hasta no tener lágrimas ¿O es que tú sí puedes irte sin ser juzgado y encima dejar tarea a los que se quedan tratando de rellenarse el hueco en el pecho? Qué manera la tuya de ser pendejo, Martín, cómo me has hecho enojar. ¿Qué tan ciego andas como para no darte cuenta de lo mucho que se te necesita? ¿Qué tan egoísta tienes que ser para darte cuenta y aún así marcharte? ¿Quién te dijo que es de la gente faltar a tantas promesas? Dios sabe que te quiero, pero ahora mismo volvería en el tiempo sólo por darte un golpe bien majo, muchacho. En fin.
¿Qué más te puedo decir? He visto cómo cambia tu cuarto. Por fin le está entrando más luz. Para este momento ya se han llevado casi todos tus libros, tus runas y el árbol cabalístico siguen en la puerta, la cama se fue antes que nada, todo lo que queda tiene ya su destino fijado. El 10 de marzo me llevé tus llaveros (cosa que me ha hecho acreedora a un cierto nivel de fama entre quienes me conocen y al reconocimiento de tu ñaño Sebastián. Sí que es rara la vida), tres shigras (una con los llaveros) y unos seis libros, siempre sintiéndome una rata, ladrona y abusiva, porque la verdad es que a mí no me tocaba nada de lo que dejaste. Lógico, si yo no era familia y parece que ni pana llegué a ser. En todo caso fui la que te bromeaba con lo de Orlando Furioso en ediciones de Alianza Cien (setenta tomos XD), y en honor a eso y a que te quise bastante me traje el Rey Mono y otras cosillas. Hoy estaban tus tías sacando el papel tapiz de la pared y me traje los dos discos de Loreena McKennitt que me prestaste hace años, cuando lo de Gríma. De todos modos ya no me puedes decir nada, ves lo bien que me adapto?
Otra cosa que te puedo decir es que te extraño tanto que me duele, que acepté un empleo de mierda para pasarme todo el día pegada a un teléfono y no pensar en nada más. Me ofrecí para trabajar doce horas porque quería llegar a mi casa a dormir y levantarme para trabajar, y de mucho que me sirvió ¬¬
Cuando me enteré (de una manera bastante ridícula) de que habías decidido darle uso al veneno que guardabas, empecé a hablar contigo de la manera en que hablo conmigo cuando estoy sola. Ahora, que en teoría ha pasado más tiempo, ¿qué te puedo decir? Que quiero que vuelvas. Lo siento, pero lo de nada y nadie no me lo puedo tragar, yo quiero que vuelvas, hermano, ¡hay tanto que te faltó ver! Al final no importa si te vuelvo a ver, ya me voy haciendo a la idea, pero tú vuélvete a este mundo porque no es justo que la gente buena se vaya y nos quedemos sólo las sombras Tienes que venir, aunque sea sólo para leer este libro que encontré la semana pasada. Se llama La Olla de Oro, seguro que te gustaba.
Ah, y te puedo decir también lo que más me asusta en este momento: me estoy olvidando de ti y tengo miedo de que pronto no recuerde nada. De mi padre no recuerdo ni la cara ni la voz, y mi padre no ha muerto. Las primeras cosas las olvidé al entrar a tu cuarto el martes de hace dos semanas: el nombre de las navajas que clavábamos en el césped parque central una de esas noches después de salir del teatro. No sé qué se me olvidaré al final… Así que me hice una lista, mientras aún recuerdo algo. Creo que la pondré tb en el blog, a ver si en algunos años más la vuelvo a leer y ya todo me resulta ajeno.
La última cosa que te puedo decir: tienes una familia maravillosa, te la envidio mucho. Tu mamá es lo más dulce que hay, tus ñaños, tus tías, tu papá… yo no sé cómo me hubiera ido con una familia chévere como la tuya, pero seguro que me iba mejor que ahora XDDDDDDD
6 comentarios:
Yo leí ese libro de Murakami gracias a Andrés, aunque el se lo compró en verdad creo que no lo leyó... es una lastima se hubiera divertido mucho!
Suerte ojalá nos encontremos uno de estos dias.
Qué bruto, se perdió de un libro precioso. Creo que se lo prestó a alguien que no se lo devolvió más.
La nota:
http://borntoperform-miguel.blogspot.com/2009/03/nota-final.html
Hermoso Claudia.
Ya me acholé XDD
"—Tiene que ser muy peligroso —comenté—. Hay un pozo muy hondo por alguna parte. Pero nadie sabe encontrarlo. Si alguien se cae dentro, está perdido.
—Pues sí, está perdido. ¡Catapún! Y se acabó.
—¿Y eso ocurre?
—Quizás una vez cada dos o tres años. Alguien desaparece de repente, y por más que lo buscan no lo encuentran. Entonces la gente de por aquí dice: «Se habrá caído dentro del pozo»".
Me hubiera gustado conocer a Martín.
PD: Secundo lo que dijo Miguel. Es muy cierto.
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