lunes

Denzel Washington.

Algún día de esta semana me desperté y Martín ya no estaba. No fue como salir de cama a buscar al invitado y descubrir que partió de madrugada (como sucede siempre que el Alex se queda a dormir), sino más bien como un sentimiento de ligereza que tardé un poco en descifrar. Ya hice el tacto completo de lo que asumo que es mi alma (o más bien, de las partes del iceberg que sobresalen del agua) y lo confirmé: el vacío sigue allí y todavía asusta mucho, pero ya no duele. Puede que en los días siguientes siga llegando el llanto, pero ya no será todos los días.

Alguien que yo quería y creía mi amigo me sacó del error de la noche a la mañana con un corte limpio, como amputando algo innecesario. De modo que lo veo ahora, quedarte sin un pedazo no es tan grave. Si el corte es rápido puede que casi ni lo sientas (o que te olvides en seguida de cuánto dolió). El problema en realidad es la cauterización, que en mi caso también fue bastante rápida: aceite hirviendo y un muñoncito, lindo como la vida misma, que se quedará para siempre de 28 años. Pero finalmente sé qué hacer: voy a buscar todas las cosas que no puedo curar y las voy a guardar en ese rincón que ahora tengo, junto con todo el cinismo que mi cuerpo segregó en este par de meses para protegerse. A ver qué resulta. No sé si sea saludable, pero es lo que estuvo a mi alcance. Tengo la cabeza demasiado dura para que Chopra o Redfield puedan entrar. Dios se me fue hace por lo menos veinte años y tengo problemas para depositar mi fe en cualquier cosa que no esté en un libro. No sé sobre casi nada, pero mientras escribo esto tengo una certeza: crecí. Aprendí a quemar mi cosmos para alcanzar el octavo sentido: niveles antes desconocidos para mí de crueldad casual, sarcasmo y cinismo que mataban todo en un rango de cinco metros. Esparcir hiel por donde iba fue mi manera de darle al mundo la paliza que no le pude dar al Martín. A la larga perdí mucho de la vergüenza y la fe en los amigos que me definían. Hace un par de noches quise llevar a cabo la purga final, pero no hubo quien acolitara trayendo alcohol al estilo Devdas. De todos modos la limpieza ya fue. Un amigo propuso amanecernos con el solo propósito de ver el cielo de plenilunio y nada pudo haber sido mejor. Gracias.

Tengo ahora (probablemente) otra úlcera, un grado avanzado de hipovitaminosis y otra forma de ver las cosas. Literalmente, los colores del mundo son otros, en serio. ¿Será por la hipovitaminosis? XDD

Pero soy yo todavía, y la prueba es que estoy a punto de agradecerle al mundo entero por mis nuevos poderes. Ya se sabe que no soy yo si no hago algo parecido en cada Denzel-Post.

Gracias al mundo entero (qué acabo de decir?) por permitir que las cosas sean como son y no mucho peores, por enseñarme que si hay un dios, es el dios del sarcasmo que te saca un sol maravilloso justo cuando te estás cocinando en el sexto infierno. Entrenar en la India y bajo el mando del mismísimo Buda no hubiera sido mejor (ergo: le llevo ventaja al caballero de mi signo, yo ya abrí los ojos. Comentario otaku auspiciado por el Sebas). Pero también gracias al mundo entero por haber fabricado un nicho tan lindo para que yo viviera en él. Gracias por los amigos que no aparecen más que en sueños, por la insolación diaria, por las alucinaciones (inducidas por la pérdida del Nostos) y por Ítaca. Gracias a cada detalle insignificante que encajó en el sitio adecuado, a cada mariposa provocadora de tormentas cuánticas y a cada neutrino que bombardeó el planeta por haberme dado el tiempo que me dieron con el idiota del Martín, que me dio mucho cariño que yo no merecía y me hizo sentir acompañada en un mundo que parecía estar lleno de gente normal. Por cada helado y cada pasta de piña y por el refugio que tuve en su casa hace años, cuando tenía ese trabajo tan horrible en LAN. Las empanadas chilenas simplemente jamás serán lo mismo.

Hace tiempo que decidí decirle no a las drogas, así que no vaya usté, lector inexistente, a creer que me mandé algo que requiera visitar la farmacia o “la casa de un pana”. Sólo estoy construyendo un montón con las piedritas que tengo a mano, pero no para matar a ningún pobre animalito sino para marcar este lugar como el escenario de ooootra iluminación y para hacerle de lápida a un amigo que no quiso tener ninguna lápida (ni ser mi amigo, creo yo, a fin de cuentas) Dekho na, Martín: no es para vos, es para mí. Vos ya sos nada. Que te aproveche, por cierto.

Y por haber crecido, de acuerdo con la ley de la equivalencia de intercambio, esto es lo que yo puedo dejar con las piedras: una tarde viendo Matrix, una mañana discutiendo la posibilidad de un calamar mecánico como regalo de cumpleaños, una carta escrita en la Casa de la Cultura para dejar constancia de que el edificio de al frente tenía diez pisos en honor a la verdad, docenas de botellas de Pony Malta vaciadas en una de vino, una fábula zen dictada desde un árbol, un bloque de hielo seco, una nota terminada en “amén”, el parque del Arbolito en luna nueva, Narada, el mejor insulto de todos, tabaco de manzana, cigarros de vainilla, una camiseta de Evangelion, arroz con curry, una cartera verde, una cama de cuatro postes, un collar y una piedra con monogramas rúnicos, dos poemas en ruso, una idea para un cuento, el Adrián Mader subido en un escenario diciendo “soy un ser de luz”, un abrigo negro, horas en el teléfono, la palabra “spurs”, el cumpleaños de Brad Pitt, una borrachera, un dibujo con pintura roja, el Condado, una canción de Mago de Oz, un arcano del Tarot, milk shakes de chocolate a millares surgir, el primer capítulo de una novela, la canción del hombre que cabalgaba y cabalgaba, un saludo, una persecución, varios mensajes de texto y dos o tres choques en motoneta.

Me debes todavía dos cosas, Martinete: una sopa de miso y una explicación.

Bueno ya, eso también se queda.

:D

1 comentario:

Chopán dijo...

denzel washington, indeed